lunes, 27 de agosto de 2012


Si los instantes son antesalas, 
las salas son los segundos de después. 
Ese segundo de después puede ser una llave 
que abra una cerradura, 
o una sonrisa clara, 
o un rayo de sol esperado posarse 
sobre un flequillo 
-sí,  he dicho flequillo- 
Pequeñeces para unos, 
artículos de lujo para otros. 




Una espalda sobre otra espalda 
y un silencio de horas 
-tu propia pared puede ser una magnífica 
espalda compañera- 
Un recorrido por la piel palmo a palmo, 
sin demora,  sin terror,  sin vergüenza, 
aunque tengas que aplazarlo todo un siglo. 
Esos segundos existen y llegan 
y no aparecen de improviso, 
son merecidos, 
ganados al tiempo con un pulso limpio. 




Nená de la Torriente

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