Si
los instantes son antesalas,
las
salas son los segundos de después.
Ese
segundo de después puede ser una llave
que
abra una cerradura,
o
una sonrisa clara,
o
un rayo de sol esperado posarse
sobre
un flequillo
-sí, he dicho flequillo-
Pequeñeces
para unos,
artículos
de lujo para otros.
Una
espalda sobre otra espalda
y
un silencio de horas
-tu propia pared puede ser una magnífica
espalda
compañera-
Un
recorrido por la piel palmo a palmo,
sin
demora, sin terror, sin vergüenza,
aunque
tengas que aplazarlo todo un siglo.
Esos
segundos existen y llegan
y
no aparecen de improviso,
son
merecidos,
ganados
al tiempo con un pulso limpio.
Nená de la Torriente
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