Se
suspende el alma. 
Quieta,  pendiente de que el atardecer 
le
dé paso,  como un guarda raíles, 
ni una vuelta de bicicleta. 
El
corazón detenido,  el pulmón 
sin
movimiento,  la lengua seca. 
El
poeta habla de belleza, 
tanto
desconoce el aedo. 
La
palabra no alcanza, 
no
alcanza el adorno,  la pericia,  el brillo 
del
que consume letras como copas de vino. 
Y
el pecho duele,  duele de todo lo que se adentra 
y
nos falta cosmos, 
de
todo lo que se cuela por la retina 
y nos revuelve dentro. 
Nená de la Torriente
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