Desde
esta tierra crespa
dan
palmas las hojas del avellano,
ha
dejado de llover.
Sacuden
las gotas rezagadas
a
una hierba alta y siempre sedienta.
Ellas
cantan, dicen que cantan,
cuando
algún gorrión gordezuelo
les
pía enojado y pelusero.
El
agua ha borrado el ayer,
-pero
es mentira, porque
siempre
es hoy, siempre-,
ruedas
de carro y pasos de tacón torcido,
alma
de llanto con voz quebrada
que
ya sonríe en los cielos.
Chavela,
Chavela Vargas
has
vuelto a tu paraíso en Méjico.
Nená de la Torriente
La echaremos de menos, pero nos deja el mejor legado: su voz desgarrada a la que agarrarnos ante los palos de la vida. Nadie como ella.
ResponderEliminarSí, una voz como un gancho que te entraba y se quedaba a vivir dentro. Una pena que no falleciera en su Mejico, es lo que más he sentido.
ResponderEliminarBesucos,
Nená