Lavo
mi sonrisa cada mañana
y
huele a naranjos y a estos eucaliptos,
también
a olores de un Madrid
siempre
presente,
mi
cuna, mi cuaderno.
La
lavo en aguas limpias,
no
de pecado, de sales y quejidos,
ni
de humanidad;
sí
de sueños pasados e imposibles
posibles,
por absurdos consiguientes.
¡Qué
locuras sé nos ocurren,
cuando
la sangre es más acuosa
que
el líquido que llena el corazón!
Nená de la Torriente
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