lunes, 27 de agosto de 2012


Qué queda cuando el gozo 
de ser dipsómana de una piel 
se nos olvida, 
que ni el roce altera 
una insignificante arruga 
de la mano,  ni pide 
a golpe de ostentosas diástoles 
que alguien vuelva. 
Qué nos queda,  cuando dejamos 
de estallar en primavera, 
y el vértice del labio no anhela 
la cúspide exacta de otro labio. 
Cuando llegas a sentir por debajo 
de la piel y no eres capaz de romperla, 
hasta llegar a ser consciente de que 
debes dejar morir lo que palpita 
porque no hay modo, 
nadie queda para que tú lo concibas. 
Nada nace. 
Nada puede nacer. 
Tu cazuela se llenó de cardenillo 
de tanto mirar las paredes, 
e imaginar -sin dudar un solo instante- 
que el mar,  con su enorme poder, 
podía atravesarlas. 




Nená de la Torriente

4 comentarios:

  1. A veces pienso, Nená, si la tendencia del ser humano no es la de ser un puro desgüace. Si al menos en un alto horno no dieran de nuevo un punto de acero...

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  2. Sí preciosa, confiemos en ese punto de acero como nuestro secreto y nuestro diminuto tesoro.
    Besotes,

    Nená

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  3. los sueños qué son
    los recuerdos tan poco
    todo es lo que es
    no se apaga el rescoldo
    hasta el último suspiro
    a cada cardenillo
    le aprieta su zapato
    transmutan las cazuelas
    en hornos centrífugos
    irradian calor
    el mar la mar ni se entera

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  4. Pues sí Rafael, en eso llevas razón, la mar ni se entera, que no lleva, ni llevará nunca zapatos.
    Un abrazote,

    Nená

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