Qué
queda cuando el gozo
de
ser dipsómana de una piel
se
nos olvida,
que
ni el roce altera
una
insignificante arruga
de
la mano, ni pide
a
golpe de ostentosas diástoles
que
alguien vuelva.
Qué
nos queda, cuando dejamos
de
estallar en primavera,
y
el vértice del labio no anhela
la
cúspide exacta de otro labio.
Cuando
llegas a sentir por debajo
de
la piel y no eres capaz de romperla,
hasta
llegar a ser consciente de que
debes
dejar morir lo que palpita
porque
no hay modo,
nadie
queda para que tú lo concibas.
Nada
nace.
Nada
puede nacer.
Tu
cazuela se llenó de cardenillo
de
tanto mirar las paredes,
e
imaginar -sin dudar un solo instante-
que
el mar, con su enorme poder,
podía
atravesarlas.
Nená de la Torriente
A veces pienso, Nená, si la tendencia del ser humano no es la de ser un puro desgüace. Si al menos en un alto horno no dieran de nuevo un punto de acero...
ResponderEliminarSí preciosa, confiemos en ese punto de acero como nuestro secreto y nuestro diminuto tesoro.
ResponderEliminarBesotes,
Nená
los sueños qué son
ResponderEliminarlos recuerdos tan poco
todo es lo que es
no se apaga el rescoldo
hasta el último suspiro
a cada cardenillo
le aprieta su zapato
transmutan las cazuelas
en hornos centrífugos
irradian calor
el mar la mar ni se entera
Pues sí Rafael, en eso llevas razón, la mar ni se entera, que no lleva, ni llevará nunca zapatos.
ResponderEliminarUn abrazote,
Nená