Espejos, espejos de agua,
amables
compañeros que
nos
llaman bellas y nos halagan
con
gráciles danzas.
Ni
un frunce, ni un pliegue
asimétrico,
conciliación
de galanteo y
gratitud.
El
río se va llevando mis pasos
entre
sus piedras serenas
y
yo lleno mi falda de su lento fluir,
hechizada
por
sus aguas mansas.
Nená de la Torriente
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