el
almanaque o la lluvia,
y
se fueron en un mar de platas
lleno
de hojitas negras.
Lavé
su cara, y su cara,
y
aquella otra tan nítida y tan querida,
y
se me fueron escurriendo
en
el agua pacífica y fría
de
la mar en calma.
A algunas pude besarlas, a otras
se
las llevó la prisa de unos dedos
demasiado
débiles para sostenerlas.
Amados
ojos sin edades en el alma,
que
os fuisteis
para que os amaran otras orillas,
con
otras manos y sus dulces besos,
levantando
el velo
al
blanco y negro y a la argenta helada.
Nená de la Torriente