Tanto
esperar esperando sin saber qué cosa,
si
subía la tarde al ritmo que caía la lluvia.
Extraños
pensadores de cortos mensajes,
baladíes
secuencias que nunca llegan a nada.
Pensé
en voz alta que quizá no había que pensar
sólo
con el cerebro, y
me
llamaron estulta.
Sólo
creía que había que hilar pensamientos
también
con los ojos, los oídos,
la boca dada la vuelta,
el beso,
sin pasar por el motor
del piso de arriba.
Pero
cómo explicarme realmente
sin
parecer una idiota.
No
puedo dejar que me midan,
que me sigan midiendo,
que
me impongan el concepto,
que
me señalen con el dedo y
que
eso me importe.
El
mundo, grande o pequeño, ahora,
en
este momento exacto, es mío,
y yo me lo invento, y le pongo nombre y
se
lo quito,
pero
jamás le pondré un precio
porque
eso nunca lo ha tenido.
Nená de la Torriente