a otra ventana más grande,
es
el paraíso de las lluvias,
la
hortaliza gigante
para el roedor más pequeño.
Miramos
las estrellas
como el infinito regalo debido,
sin
fijarnos en los eternos
y pequeños detalles
de
las aceras,
del campo,
de las marcas de las manos
de
las personas que tratamos,
de
la belleza inmensa
que hay en los ojos de los
seres
con los que hablamos;
de
esos diminutos gestos que se escapan
en
milésimas de segundo
sin
dejarnos seducir por su magia,
porque
la tienen,
y se esfuman mientras tomamos
un
café detrás de un viejo cristal
de
una vieja cafetería en el centro.
-Una
pequeña venta,
insignificante ventana,
a
otras muchas ventanas-
Nená de la Torriente