como
un viejo conocido
y
te saludo sin que lo sepas.
Las
teclas se van haciendo chicas
de
tanto tocarlas,
casi
ni obedecen cuando tienen hambre
de
contar verdades y desnudarme entera.
Las
sé poner las bridas a tiempo si se
me
desbocan,
que
a nadie le importa
lo
que a esta pobre loca le enloquece cada
mañana, o a ésta u a otras horas y de veras.
Una
vez anduvo un eclipse por casa
y
estuvieron escribiendo a ciegas,
¡tenías
que haberlas visto!
¡Las
muy cabrónidas!
Contaron
todo lo mío en lo más negro del día,
con
la picardía del invidente accidentado
por
la luna.
No
pude reprimirlas, me dio la risa
y
taché el poema,
y
es que la confianza que les damos a los dedos
nunca
debe ser demasiada,
porque
tú les conduces,
no son ellos.
Nená de la Torriente