-El señor de las semillas-
a
otras tierras.
Me
has vestido de sedas, y has pintado mi piel
con
tus caricias,
pero
aún no me has mostrado en el reflejo
del
espejo,
temes
que no sea eso lo que espero,
que
quiera salir de ese mundo de especias
y
me precipite muerta de espanto por el
risco.
El
amor no lo es todo -te digo- no puedo
vivir
protegida
sobre tu yacija de ternuras y versos,
obviando
el pensamiento que me golpea
cada
vez que te ausentas.
¿Y
qué hago con esta parte de animal que conservo?
No
deseo domesticarlo.
No
lo deseo.
Tú
me dices que la perfección se alcanza encontrando
el
equilibrio, calmando a la bestia.
¿Pero
cómo decirle a mi animal eso?
Dime
mi señor de las semillas,
¿no
podría estar el equilibrio en la perfecta
imperfección de las cosas?
Adoro
rasgarme el vestido,
el
sonido de la seda me seduce,
encuentro
en ese acto equilibrio.
Te
beso tiernamente los labios y
araño
tu espalda hasta el delirio,
encuentro
en ese acto el equilibrio.
Te
muerdo el tobillo:
Digo
te amo y digo te odio,
y encuentro en ese acto también el equilibrio.
Nená de la Torriente