Charlemos,
charlemos
en silencio,
así
sin mover los labios.
Una
acción de tu tiempo
me
regalas y yo a ti todas
de
las que disponga, y
charlemos, sí,
así
como te digo.
Frente
a frente,
con
el ojo inquieto.
Hablémonos
de esas cosas
que
acercan o alejan a los seres,
calorías
o frigorías que trasmiten
los
gestos.
Claro
que tú sabes, como yo sé,
que
sin palabras se pueden alcanzar
discursos
soberbios.
Redimir
al mundo de su condena
de
mundo,
retarnos
a un pulso de nudillos
sin
nudillos,
bebernos
enteros…
Hasta
discutir acaloradamente
sobre
el mérito o la impotencia
de la singularidad.
Por
cierto,
¿te
he dicho hoy que te quiero?
Nená de la Torriente