sábado, 23 de noviembre de 2013

La memoria la utilizo muy poco 
por que nunca es nada como supuse 
que sería. 
¿Para qué mirar atrás si 
se escapa una lágrima, 
o se para el corazón dos segundos? 
El joven eso no lo comprende, y 
quizá –ojala- 
no llegue nunca a 
comprenderlo. 
Si envasará las creencias,
la ilusión obcecada,
esa píldora de verdadera fuerza 
que era capaz de cargar con cualquier 
cruz, 
o de esperar cinco años 
sólo por escuchar una pregunta, 
o de haber podido tomar 
un tren al infinito 
para pintar un sólo lienzo, 
tendría el elixir de la magia más pura. 
No hablo de inocencia, 
ni de idiocia, 
ni de juventud desmelenada 
con venas echando carreras, 
hablo de fe en que las cosas de este mundo 
que unen a las personas son misterios 
inquebrantables, 
y que la palabra amor no es ciega, 
cuando ahora de sobra sé que lo es 
-por eso tropieza tanto-. 
Y es que la memoria apenas la utilizo, 
pero lo hago para no creer realmente
lo poco que valemos con el tiempo, 
cuando no estamos ebrios 
de lo que sea. 




Nená de la Torriente