bajo la manta del humano.
Descansa de tanto vuelo, de tanto bien.
Apenas es consciente el de hueso a quien
tiene en cobijo, pero le acoge del mismo
modo
que a otro cualquiera.
Lejos, los trenes siguen sonando,
el cielo tiene claros entre azulinos tibios.
No se escucha un ladrido,
silba el siroco entre las amapolas crecidas,
las espigas runrunean como gatas longevas
y la vida llama rabiosa a la vida
como un acto de amor frente a la chimenea.
Nená de la Torriente