Abre
sin llave
lo
que hubo de ser una puerta
y
toca ahí donde duele
como
si fuera un arpa dulzona,
aunque
tenga rotas un par de clavijas
y
le falten algunas cuerdas.
Tócame,
mi
nombre en el capitel se ha borrado,
se
han ido resbalando las letras
por
la columna hasta la cubeta,
y
ya no se reconocen las sílabas.
Si
te sientes con fuerza, invéntame,
invéntame
de nuevo,
y
haz que de mí vuelva a sonar la música,
esa
capaz de que caigan hojas
en
pleno verano,
como
un enorme pulmón de otoño.
Envídame.
Sácame
de esta eufonía y méteme
entre
tus piernas,
déjame
estar en silencio, cálidamente
recogida
en el fogón de tus murmullos
hasta
que se escape mi grito
-diferente a todos los sonidos-,
aquel
que huyó por una rendija
una
mañana de invierno.
Nená de la Torriente