mojada,
la
mancha donde hundir los dedos
en
el sol.
Veíamos
más allá del mismo roce
de
las yemas,
como
un pentagrama que se llenaba
de
notas.
Los
pies en el suelo y sensibles
a
las mariposas revoloteando, invisibles,
pero
tan palmarias
como
el viento agitando mi cabello.
Un
hombre y una mujer,
y
no había que estar enamorado
ni
pasar por el peaje de la sábana,
teníamos
infinitas cosas por recorrer,
ilimitados
libros que leer,
incontables
sonrojos que desvelarnos,
y
tantas y tantas siestas, quedándonos
el
uno sobre el otro
dormidos bajo una encina…
dormidos bajo una encina…
Nená de la Torriente