no
habría charcos al atardecer,
todo
se anegaría,
tendríamos
que reír mucho
para
secarlas,
para
que retumbase el suelo
y
como en una pandereta fueran
las
lágrimas caminito de los desagües.
Mira
mi mano
¡mira
cómo me sobrevuela!
¡Ella
sabe acariciar tanto…!
Ahora
mira la tuya, y
prueba
a no atusar el aire.
Si
hemos venido a bailar,
venga, no tardemos tanto.
Sujétame
la cintura
que
no me quiebre en tu giro, y
tu
palma y mi palma se irán deslizando,
como
dos labios se unen
hasta
ser la misma lengua.
Nená de la Torriente