ocupando
los escasos huecos
que
nos deja la arcilla,
¡lo
desordenas todo!
Maravillosamente
enajenada
con
tus risas
en cada caja de resonancia,
amarillos
vivos,
rojos explosivos,
verdes
de prados que renacen.
Tan
deprisa como llegas y colmas
el
espacio que nos ocupas,
te vas,
y
te vas como un remolino
por
un desagüe inesperado,
incomprensible,
destronando
al ave del más alto árbol
de
la más elevada cima.
Ya
no es rey del cielo,
le
dejas caer al suelo en caída libre,
hasta
desaparecer en la hojarasca.
Nená de la Torriente