o
ese vosotros y mí,
han
poblado escaleras
de subida y bajada
atropellándose,
sin mirarse las caras.
Al
alcanzar el llano,
la sensación de vahído
les
devolvía la vista y
era aún más incómodo mirarse,
pero siempre quedaban paredes
para
buscar una dirección, un cartel,
o
un escaparate con cualquier objeto
con
que evitarse.
Os
he mirado sorprendida muchos años,
caminando
despacio,
y buscando vuestros ojos
en
las mesas de las cafeterías
mientras
me entibiaba un café.
Ahora
cuando me sorprenden unos ojos
dirigiéndose
a los míos,
de algún modo
ellos
entablan una conversación primero.
Por
eso hoy,
los silencios ya no me ponen nerviosa
como
lo hacían antes,
y
no derramo las voces
como un cántaro de agua
que
quiere verterse
sobre
su propia fuente,
por
miedo
a que deje de fluir el agua.
Nená de la Torriente