Me
sorprende
lo
que entiende el lector
de
un texto sencillo, pero un poema
es
una cesta de olores, sabores, explosiones y
notas
de música.
Cómo
esperar que el pie que se acerca a su tapa
-de
doble cierre-
lo abra y reciba el olor guardado,
el
color que metiste, la nota de música.
Sencillamente, no lo esperas.
Porque
no olvidas que también es una explosión
o
lo pretende, y como tal tiene el deseo
de
dejar una impronta distinta
en
la intimidad de los sentidos.
Ocurre
que muchos poemas no explosionan,
no
arriman esa sensación de latiguillo en la boca
del
estómago,
ese
tirón de venas en el cuello hasta alcanzar a
la
lágrima tontorrona,
esa
que llama a la emoción
sin ningún rodeo;
y tan
solo consiguen ser palabras
derramadas sobre copas de vino,
para beberse de un trago
o
a sorbos pequeños.
Nená de la Torriente