martes, 1 de octubre de 2013



Me sorprende 
lo que entiende el lector 
de un texto sencillo,  pero un poema 
es una cesta de olores, sabores,  explosiones y 
notas de música. 





Cómo esperar que el pie que se acerca a su tapa 
-de doble cierre- 
 lo abra y reciba el olor guardado, 
el color que metiste,  la nota de música. 
Sencillamente,  no lo esperas. 
Porque no olvidas que también es una explosión 
o lo pretende,  y como tal tiene el deseo
de dejar una impronta distinta 
en la intimidad de los sentidos. 
Ocurre que muchos poemas no explosionan, 
no arriman esa sensación de latiguillo en la boca 
del estómago, 
ese tirón de venas en el cuello hasta alcanzar a 
la lágrima tontorrona, 
esa que llama a la emoción
sin ningún rodeo; 
y tan solo consiguen ser palabras 
derramadas sobre copas de vino, 
para beberse de un trago 
o a sorbos pequeños. 





Nená de la Torriente