le
guiño por cada sorpresa,
por
cada sobre cerrado de amor y música
que
me prende en el pelo,
que
me deja -como distraída-
en
mi puerta para ver si me le tropiezo.
Le
lloro a mi estulticia, a mi falta de fe,
a
mis pecados necios,
a
mi eterno cansancio,
sólo
es eso.
Cuando
río crepito como el ascua
en
el fuego,
como
el aleteo del ave en partida,
como
las olas rompiéndose,
porque
olvido
mi
condición de ignorante,
de
incompleta, y se escapa desde mí
todo
lo que recibo:
Lo vivo
en
su extensión más generosa,
en
su maleta que ya ha sido abierta.
Nená
de la Torriente