que
se instale en mis dominios
pequeñitos, entre esas hojas y
los
cestos de lavar la ropa, y
las
cerillas de encender las velas,
cada
noche,
siempre
a horas distintas.
Que
se quede,
que
permanezca conmigo
mucho
rato, que quiero ponerme
bonita
y sonreír lento, y que me
brillen los ojos sin haber bebido
ni
una sola copa.
El
amor que roza ha de esperarse,
no
correr en huida y pasar de lejos,
como
van los vientos siempre
a
la carrera,
de
rozar mejillas, prenderlas en rojo
para perderse inevitablemente
en la lontananza.
Nená de la Torriente