todo
el tiempo,  y aún a veces 
se
me escapa por la orilla 
de
las cosas. 
Tenía
firme la piel y las caderas 
marcaban
rutas insalvables, 
donde
las autopistas se rompían 
en
pedazos. 
Tenía
la boca entreabierta 
a
punto de pronunciar ‘esa’ palabra, 
y
de recibir ‘ese ‘beso que me durase 
para
siempre. 
Tenía
diez soles en las manos 
capaces
de levantar a los sin vida, 
de
tumbar a los riscos con más altura 
y
de dibujar el verso sin saber 
lo
que era un poema. 
Nená de la Torriente
