Los miércoles son
días de cuentos. Me dijeron que porque
nacen de las coles, pero nunca les creí.
Éste transcurre en el metro de Madrid, donde a diario transitan personas
subiendo, bajando y recorriendo pasillos a veces interminables.
Bueno pues
señores:
Hace algunos, pero
no muchos años, un ratón gris llamado García
de profesión vendedor ambulante, se encontró en un rincón de las vías un cartón
que contenía restos de una botellita de crece pelo. Como el buen ratón no sabía leer –porque no
suelen leer mucho, dado que sus ojos son cabezas de alfiler- se bebió el
contenido pensando que sería un licor preciado, y troceó el cartón para venderlo.
A los pocos días, las dimensiones de García eran descomunales, tanto es así que aquel pelo , que además de
largo era fuerte, rompió el techo de uno
de los túneles más alejados del metro.
Al llegar la
noche, una estrella perdida sintió un vahído
ante la inmensidad del firmamento, con
tal puntería que fue a caer en su desfallecimiento por aquel mismo agujero, hasta llegar al profundo y oscuro metro.
Cuando despertó
descubrió un hocico picudo que acababa en dos agujeros olisqueantes, que no paraban de hacerle cosquillas:
¡Para, para, que
me muero de risa! Le dijo la estrella.
-Pero tú qué cosa
eres tan luminosa? Le preguntó el ratón
-¡Pues qué voy a
ser! ¡Una estrella! ¿Y tú, animal peludo?
El ratón
entristecido le contó su historia al astro, y le dijo
que había bebido lo que no debía. Ambos
convinieron que el metro no era un buen lugar para ninguno de ellos, se les quedaba chico, debían salir a explorar el mundo. La estrella a buscar un trampolín al cielo, y el ratón, un amor y un lugar a su medida, pero al
menos ahora tenían con quien compartir su diferencia.
Nená de la Torriente