sábado, 12 de octubre de 2013

Cuando la noche se te atraviesa 
en clavos de cruz, 
puedes colgarte como un cuadro 
y esperar que las horas te den 
colores distintos, 
o puedes traspasarlos hasta el 
jardín de las cosas irreales. 
Arrinconarlos en su dolor plano 
y sumergirte en la sensualidad 
de paisajes redondos, 
en la verticalidad del carnal fasto 
de los cipreses,  y el baile íntimo 
de los ríos. 
Déjate seducir y escucha el chasquido 
de las quimas al arder, 
y el dulce parpadeo de las luces de la llama 
en todas las esquinas de la habitación. 
La noche es tuya a pesar de los clavos, 
a pesar de la luna, 
y a pesar de estar tú solo,  imaginando.






Nená de la Torriente