en clavos de cruz,
puedes
colgarte como un cuadro
y
esperar que las horas te den
colores
distintos,
o
puedes traspasarlos hasta el
jardín
de las cosas irreales.
Arrinconarlos
en su dolor plano
y
sumergirte en la sensualidad
de paisajes redondos,
en
la verticalidad del carnal fasto
de
los cipreses, y el baile íntimo
de
los ríos.
Déjate
seducir y escucha el chasquido
de
las quimas al arder,
y
el dulce parpadeo de las luces de la llama
en
todas las esquinas de la habitación.
La
noche es tuya a pesar de los clavos,
a
pesar de la luna,
y a
pesar de estar tú solo, imaginando.
Nená de la Torriente