-EL aedo crítico-
pero
llamaba cojo al erguido.
Le
bastaba un labio para besarse
y
señalaba a las parejas
que
se amaban en los bancos.
Le
bastaba un ojo ¡sólo un ojo!
pero
decía ver a Dios cada vez que se dormía.
Siempre
supo la soberbia
que
era hijo suyo,
pero
era un pobre esclavo de su peana
de
cobre.
Algunos
le amaban con tibieza
y
él creía que era sólo por su talento,
aunque
su ingenio fue decreciendo
como
aumentaron sus inviernos
con
todas sus lluvias.
Nená de la Torriente