domingo, 27 de octubre de 2013

-EL aedo crítico-

Le bastaba un pie para sostenerse 
pero llamaba cojo al erguido. 
Le bastaba un labio para besarse 
y señalaba a las parejas 
que se amaban en los bancos. 
Le bastaba un ojo ¡sólo un ojo! 
pero decía ver a Dios cada vez que se dormía. 
Siempre supo la soberbia 
que era hijo suyo, 
pero era un pobre esclavo de su peana 
de cobre. 
Algunos le amaban con tibieza 
y él creía que era sólo por su talento, 
aunque su ingenio fue decreciendo 
como aumentaron sus inviernos 
con todas sus lluvias. 




Nená de la Torriente