miércoles, 30 de octubre de 2013



Me trastorna ese ruido derrochado 
de los bares, 
que como olas en bucle 
penetra en el fondo de una arena turbia. 

¡No te acerques amor que te arrastrará
la mar hacia ella! 

El ladrillo sueña con el arroyo 
en constante huida, 
tropezando con cascadas que le 
harán sonreír,  y 
en cambio el arroyo suspira 
por esa tapia al final del codo 
firme en rojo partido,  adornada 
con flores vivas, 
quieta en su estanco oloroso. 

El ruido me busca,  sale de mi boca 
como una plegaria afanada en una ermita. 

En cambio yo añoro la calma de ese silencio 
que queda tatuado 
en el tronco que arde lejos del mundo, 
uno de esos atardeceres  
en cualquier chimenea. 




Nená de la Torriente