Me
trastorna ese ruido derrochado
de
los bares,
que
como olas en bucle
penetra
en el fondo de una arena turbia.
¡No
te acerques amor que te arrastrará
la
mar hacia ella!
El
ladrillo sueña con el arroyo
en
constante huida,
tropezando
con cascadas que le
harán
sonreír, y
en
cambio el arroyo suspira
por
esa tapia al final del codo
firme
en rojo partido, adornada
con
flores vivas,
quieta
en su estanco oloroso.
El
ruido me busca, sale de mi boca
como
una plegaria afanada en una ermita.
En
cambio yo añoro la calma de ese silencio
que
queda tatuado
en
el tronco que arde lejos del mundo,
uno de esos atardeceres
en cualquier chimenea.
Nená de la Torriente