Todos
como barcas, con o sin remos,
a
la fuerza de un mar anónimo
que
un día mantuvo su nombre.
El
oleaje amigo detrás de la línea
primera
del horizonte.
El
hostil tras la segunda.
La
tormenta llega con la tercera,
tal
vez con la cuarta
como
una fiesta inesperada
que
te removerá las tablas del casco
hasta
rozar la palabra naufragio.
El
resto del tiempo, plácida túnica
de
agua sin violencia,
nos
dejaremos llevar
para
después llamarnos cobardes:
La
eterna actitud del marinero
de
pies de arena.
Nená de la Torriente