Quememos lo que aún nos escuece,
el anzuelo que retuerce
y entumece el estremecimiento
para querer como se debe,
para abandonarse a otro.
Somos animales de presa,
nos vemos señalados para ser mordidos
y nos anticipamos hundiendo nuestro colmillo.
Andamos con ojos en la frente,
ojos en la siempre reclutada nuca,
para estar dispuestos a un ataque
que no llega con necesidad.
Alejamos a nuestros congéneres
con ademanes de Tarzán
como auténticos medrosos.
Quememos ese temperamento
que de tan poco nos sirve,
que de griegos y turcos
ya se apilaron muchos huesos.
Quememos,
que el fuego es mucho más que purificador.
Nená
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