jueves, 20 de octubre de 2011



El parque, el paseo,
el mar, los árboles,
todos enmudecen,
están de luto.





El columpio detenido
ya no rechina,
dejó de pensar su movimiento,
le duelen los huesos;
ya no le calman los recuerdos
de las risas de los niños,
ni el aire templado del sureste.

Las cosas dejan de ser cosas
cuando se las ama,
se las colma de piel y de hechizo,
y tarda en irse esa magia
cuando nosotros nos vamos.

El parque, el mar,
los árboles, el paseo
y hasta el viejo columpio
volverán a ser titilantes.
Se acabará el duelo
y otro les amará,
pero quizá no tanto
como él lo hizo.


Nená

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