El parque, el paseo,
el mar, los árboles,
todos enmudecen,
están de luto.
El columpio detenido
ya no rechina,
dejó de pensar su movimiento,
le duelen los huesos;
ya no le calman los recuerdos
de las risas de los niños,
ni el aire templado del sureste.
Las cosas dejan de ser cosas
cuando se las ama,
se las colma de piel y de hechizo,
y tarda en irse esa magia
cuando nosotros nos vamos.
El parque, el mar,
los árboles, el paseo
y hasta el viejo columpio
volverán a ser titilantes.
Se acabará el duelo
y otro les amará,
pero quizá no tanto
como él lo hizo.
Nená
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