Si
escribo no es al hombre
de
ésta o aquella frontera,
de
ésta o aquella lengua,
sino
al hombre que duerme
dentro
de sí mismo
vendido
al consumo de los días.
Le
escribo a la mujer que no se mira
más
allá del perfil de los labios,
que
no conoce el amor que se gesta
diferente
al del corazón humano.
Le
escribo a los árboles que en sus raíces
llevan
la historia de todos los árboles
y
al cielo que sabe arder con cada tarde,
como
si fuera papel de seda.
Si
escribo no es al mar de las barcazas
con
sus redes desplegadas
sino
al de las infinitas soledades
con
sus manos abiertas.
Le
escribo al verde-regreso
de
los sueños de la infancia,
al infinito poder de la fantasía
no
al de los limitados espejismos.
Nená de la Torriente