Estos
versos mojados
quisieron
escapar de una naturaleza
ilegible,
dejaron
su empeño en la misma calle
donde
se anegaron de lluvia.
Bajaron
los ojos,
y decidieron que ni un día más
mirarían
al sol.
Niños
fallecían cada minuto,
hombres
arrancaba la vida
a otros hombres
por
soflamas absolutamente ridículas
y
su vergonzosa invalidez
resultaba nauseabunda.
El
peso de sus letras era minúsculo,
el
color debía transformarse
en exactitud.
Ese
montón de verbos
y pronombres personales
se
sintieron avergonzados,
una provocación
en
un mundo desquiciado
que
no necesitaba más letras.
Nená
de la Torriente