miércoles, 4 de junio de 2014

Estos versos mojados 
quisieron escapar de una naturaleza 
ilegible, 
dejaron su empeño en la misma calle 
donde se anegaron de lluvia. 
Bajaron los ojos, 
y decidieron que ni un día más 
mirarían al sol. 


Niños fallecían cada minuto, 
hombres arrancaba la vida 
a otros hombres 
por soflamas absolutamente ridículas 
y su vergonzosa invalidez 
resultaba nauseabunda. 
El peso de sus letras era minúsculo, 
el color debía transformarse 
en exactitud. 
Ese montón de verbos 
y pronombres personales 
se sintieron avergonzados, 
una provocación 
en un mundo desquiciado 
que no necesitaba más letras. 





Nená de la Torriente