Escapar
para ir sembrando soles,
ningún
dogal al cuello
ningún
boleto en la mano.
Escapar
para aprender a volar sin aire,
sin
amarrar las nubes con los dedos.
Escapar
para pronunciar bien alto
cualquier
nombre, procaz, hermoso,
inventado, silencioso, latoso, impertérrito,
ser
el dueño de las palabras que se viertan
y
que regresen a la boca.
Escapar
para ser siendo todavía
un
milagro de esta creación prodigiosa,
no
un número torcido o anguloso
retenido
en la lista de cualquier gobierno.
Escapar
por el placer de ser un prófugo,
un
fugitivo, un apóstata de las cosas vulgares,
las que
nunca fueran intrascendentes,
ni
tan comunes, ni tan necesarias
y
tuvimos que aceptarlas inexcusablemente.
Nená de la Torriente