en
la humanidad más vulnerable,
conoce
el camino en los surcos
que
otros seres han ido alanceando.
Socava
el raíl con las mejores púas
para
llevarse lo poco que queda dentro.
Nadie
se resiste, ni el benévolo,
que
al fin y al cabo “la paz os doy” pero
él
siempre va el primero.
Desalienta
pensar que somos cautivos
de
las mismas palabras que nos hicieron ligeros,
y
hoy trastorna al viajero la palabra amor
cuando
era su fin de ruta, su término.
La
impiedad tiene cuerpo, conoce la sal
y
la lengua, el alma generosa
y
los seres atentos,
el
llanto perpetuo que castiga la débil
condición
de los que no se estiman,
porque
han sido extirpados del útero,
desarmados
de sus propias rimas,
de
su intención, de sus voluntades,
y
llevan un paso distinto al de otros,
con
un estigma en el pecho
en
el que aparece escrito la palabra frágil.
Nená
de la Torriente