Se
resiste la voz de la tarde
a
ser cautivada,
se
resiste a que le tome el pulso
la
noche:
“No
empujes morena de lunares
blancos
-le dice, contrariada,
que
yo tengo un traje rayado,
siempre
de colores distintos”.
Pero
la noche cabalga a lomos
de
un lobo pardo
y no quiere saber de tinturas
ni
de coloraciones.
Corre
en la angostura
que
el callejón de las horas
le
da cobijo, a menudo tan largo
como
punzante.
“¡Venid conmigo! -grita como una fulana.
“¡En
mi albergue todo vale,
no
hay orfandades!”.
Pero
llega el alba muy despacito,
como
el pecho materno
que
se arrima al recién nacido, y
casi
por instinto éste se agarra
sin
hacer preguntas,
como descanso de todas
las
frivolidades.
Nená de la Torriente