¿La poesía entiende de costumbres?
De
qué animal sin garras,
de
qué lengua sin saliva.
Todo
es provocación, burla,
dislocar
la palabra,
desarmar
el pulso,
fragmentar
y aniquilar
lo
sentido
sea
patético o conmovedor.
El
verso en su obstinación
no
pide permisos,
ni
la aquiescencia de lo popular,
ni
el pláceme de los leídos
con
sus propios fraudes.
Los
poemas bailan solos,
panceados
con lo real o retraídos,
esquivos
de una ambición de fama.
De
qué luminaria sin brillo,
de
qué ergástula sin carlancas
para
someter al cautivo
-vejado
hasta el infinito
en su vendida condición-
De
qué piedad sin estremecimiento
hablan
los ‘sobresalientes’
citando
lo que la rebaja pide.
Con
qué chapuza, tablón, detrito
quieren
convertir el íntimo discurso
que
aún nos salva
¿inventando
fieras sin cabeza
o
quinqués que no resguarden la llama?
Lo absurdo no es poesía.
Nená de la Torriente