sábado, 7 de junio de 2014



Trae la mañana dulzura, 
tierna ansiedad de los quince años 
cuando esa edad era de calcetín 
y goma de pelo, 
y de temor a que papá y mamá 
leyeran mis versos. 
Huele a caída de la tarde a medio 
día, 
a avellanos musicales y cortezas 
de álamos. 
No sé por qué me sabe todo a ternura, 
hasta esta copa de blanco 
que nunca escojo. 
Tal vez los días nos elijan a nosotros 
como hojas donde relatar su historia, 
y somos una letra o una coma 
en un texto inmenso, 
como esa avellana en el enorme avellano 
golpeada por las hojas y por otras idénticas
en la voluble ingravidez del viento. 





Nená de la Torriente