Trae
la mañana dulzura,
tierna
ansiedad de los quince años
cuando
esa edad era de calcetín
y
goma de pelo,
y
de temor a que papá y mamá
leyeran
mis versos.
Huele
a caída de la tarde a medio
día,
a
avellanos musicales y cortezas
de
álamos.
No
sé por qué me sabe todo a ternura,
hasta
esta copa de blanco
que
nunca escojo.
Tal
vez los días nos elijan a nosotros
como
hojas donde relatar su historia,
y
somos una letra o una coma
en un texto inmenso,
como
esa avellana en el enorme avellano
golpeada
por las hojas y por otras idénticas
en
la voluble ingravidez del viento.
Nená de la Torriente