está
el siniestro,
la
pregunta que no debe hacerse
porque
el desgaste la enterró.
Los
ojos en busca y captura,
los
labios entreabiertos.
Al
otro lado el infierno parpadea,
no
se sabe aún reconocido.
Juguetea
distraído con el olor
de
las terrazas,
con las palabras a medias
y
los ególatras que enjuician.
La
noche es la expresión del día
en
pequeñito,
un
juego de niños con ansias
de
una primavera enfermiza,
que
genera melancolía
y etílicas palabras.
El
hombre en su coqueteo
busca amarse a sí mismo,
gustarse,
y para eso anhela unos ojos
de hembra que
sean sus espejos.
La
mujer hace lo mismo.
Aquel
olor a verbena antiguo ya no existe,
ni
las ilusiones pequeñas,
ni
el olor a caramelo caliente.
Sólo
hay cuatro seres perdidos
que
siguen intentando con ternura
escuchar
algún esperanzador grillo,
y dos o tres anodinos que pasean solos
hasta la madrugada.
Nená de la Torriente