jueves, 1 de septiembre de 2011



Parten los trenes
con su eco de óxido y de quema.

Nos despiden con adioses cortos,
con adioses largos.
Unas veces sonreímos
cuando los dejamos atrás,
otras, no podemos reprimir el llanto.
Son puntos de intensidad
mágica, lugares de acento.
Los seres humanos nos tocamos
para decirnos adiós,
nos tocamos para decirnos hola.
Los vagones son pequeños cofres
de asombro:
el hombre engullido
por las hojas de su diario,
la pequeña apoyada en la ventana
soñando que es soñada por otro,
la mujer que busca el retoque
en el reflejo del cristal,
y el ventanal del vagón
-cómplice del todo-
que la contesta:
‘muy bien Elvira, hoy estás muy bien’
Vagones que escuchan y humanos
inquietos, callados, charlatanes.
Mundos entrelazados en espacios íntimos
que se mueven deprisa, deprisa.

Nená

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