miércoles, 7 de septiembre de 2011



Cuando encuentras una flor
no sabes si es ella
quien te encuentra a ti.
¿La miramos con ojos contaminados?




A menudo cargamos colores en ella que
no tiene, y al regresar a nuestra cueva
la vista se hace distinta,
mucho más exacta que en el exterior,
en aquel jardín de la flor hallada.
Todo está expuesto a las circunstancias:
la pasión, la ilusión de una conducta,
la belleza de un semejante.
Somos mecedoras de sueños,
inestastables turbaciones.
Sobresaltos, suspenses, traumas.
Lupas que agrandan
o aligeran peso de lo que es máximo
y no queremos ver tan excesivo.
Somos injustos con lo que limita
nuestros pies,
egoistas, vanidosos, cómodos, acomodados,
¿pero cómo somos?
¿Somos quizá lo mismo para lo que limita
con los pies de los otros seres?

Nená

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