lunes, 26 de septiembre de 2011


-Eva-

Ella no sabía que su mundo iba a cambiar de golpe, sin aviso. Cogió el 20 en Estrella para ir a Sol. Había quedado con unos amigos, después se pasarían por la calle Segovia y charlarían con Lorenzo. El precioso Loren, ojala aquel día tuviese suerte y acabara como ella siempre soñaba: golpeándose una y otra vez contra el cabecero de su cama. Su timidez no era un reclamo precisamente para un hombre como él, pero soñar era gratis. A la altura de Retiro notó que las piernas no las sentía, pensó que se habrían dormido y no quiso darle más importancia. Ya girando en la puerta de Alcalá estaba paralizada, dolorida, sus miembros se habían encogido de una forma anormal ‘¿qué estaba pasando? ¿qué estúpida cosa sucedía?’ Todos, y todo en el autobús se achicaba, la gente se hacía pequeña y nadie decía nada, seguían a sus cosas con naturalidad. Cuando intentó mirar por las ventanillas la perspectiva había cambiado, no sabía dónde estaba.
Pensó que al encogerse, la altura le impedía ver los edificios ‘¿Pero qué estoy diciendo?’ repetía, ‘¡encogerme! ¡cómo es posible!’ Ni siquiera su voz sonaba igual. Miró al resto de pasajeros, les preguntó, les gritó, les pidió ayuda, y vio como poco a poco sus cuerpos se iban convirtiendo en pequeños muñecos. ‘¡Dios mío! Esto no puede estar pasando, es un sueño'. ‘¡Despiértate Eva!’ Pero Eva no se despertó. Un niño encontró un autobús de juguete en la acera y entusiasmado lo recogió:
-Mira mami y tiene pasajeros, y mira este, tiene hasta las manos en la ventanilla. ¡¡Cómo mola!!

Nená


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