Él veía moscas, moscas negras,
pegajosas aladas
que traían mugre y suciedad,
encima de un caballo blanco.
Yo veía un espléndido caballo,
con enormes ojos
de mirada inteligente.
El albino corcel nos vigilaba
al otro lado del cercado,
como dos seres alargados
sin amigos -sin moscas-,
absortos en él o en el prado,
presos, tras una extensa valla.
Nená
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