Altares
sin
piedra,
grada
remota.
Donde
queda el cielo
es
debajo.
Los
dedos,
implorantes
quimas
de
roble
por
un solo roce
¡quiéreme
a mí!
¡Quiéreme!
Sin
una palma
que
les sostenga.
Demasiado
tiempo
venerando
el
cuerpo deserta.
No
hay estima,
hay
estupor
en
desorden,
encantamiento,
embeleso,
maravilla.
Con
eso
no
se ocupan
los
be
sos.
Nená de la Torriente