sábado, 15 de febrero de 2014

Me equivoco,  siempre me equivoco. 
Admito que no puedo estar siempre, 
que la vida nos complica 
en una rueda de despropósitos 
que a veces hacen que Maquiavelo 
parezca un santo. 

Desperfectos,  todos, 
vidrios en los talones,  unos cuantos, 
pero de nada sirve 
lamentarse eternamente 
por lo que hago mal o 
por lo que no hice. 

Estoy demasiado cansada 
para sostenerme. 
Ayer mismo cruzaba los semáforos 
como si fuera un auto, 
¡eh -me gritaban- 
que para usted está en rojo! 
Y ni les entendía. 

Hay días que el techo se achata 
y llego muy pronto a tocarlo, 
otros días es tan alto que puedo volar. 
Yo no sé los demás,  pero mi imperfección 
es muy grande y no conoce 
hasta donde se extiende, 
como tampoco sabe hasta donde 
se recupera. 

Sólo puedo excusarme 
si he podido ofender por defecto 
o por exceso, 
porque quizá me haya cruzado 
con alguien algún día 
en el que mi cabeza alcanzaba 
la techumbre. 






Nená de la Torriente