cuando mi luz se apaga
y se encienden las fugaces
como díscolas linternas.
Mis dedos se duermen
y aún callada la cama
las uñas arañan
el edredón.
Te vas
sin haber estado
pronunciando mi nombre
como quien desenvuelve un regalo,
con esa voz cándida
llena de entusiasmo
¡Nená,
Nená...!
Y yo te oigo,
siempre llegando,
no importa cuántas veces me
llames,
ni cuantas otras yo inconsciente,
tararee las sílabas de tu nombre.
Nená de la Torriente