La
margarita de pétalos volcados
no
sabía
que
observaban su desnudez
despojada
por el viento,
ni
que miraban el hueco
de
su corazón de almíbar
abrirse
a la grieta de la codicia.
Vivía
serenamente, embrujada
por
la dispensa de los colores,
inmune
a la malicia y al recelo.
El
primer picotazo
-el
brutal-,
no
le dolió tanto como
los
más pequeños,
los
que le fueron acometiendo
con
los años, despacito,
con
indiferencia,
-incluso
con descuido-
Hasta
quebrar esa bella licencia
tan
suya,
de
no conocer la esclavitud.
Nená de la Torriente