domingo, 25 de mayo de 2014




Tan semejantes somos los unos y los otros 
aunque no nos hagamos la vida benigna 
ni apetecible. 
Incomprensible es este espejo 
donde miramos nuestro contorno,  y 
nos llamamos afines o congéneres. 
Poco supondría no hundir el pasillo, 
para que el tropiezo del que camina al lado 
fuese menos sencillo 
y si fuese posible improbable, 
o no inclinar la recta para que dibujase 
una escalera 
y sufriera un colapso innecesario. 
Ayudar al otro en su deambular como el tuyo, 
segarle lo abstruso,  lo peligroso,  lo áspero 
o lo penoso, 
pensarle como tú, 
con tus mismas cruces, 
con el mismo peso de tus lágrimas. 
Parece mentira que tengamos un hígado enorme 
entre un kilo trescientos y un kilo y medio, 
un intestino de siete metros, 
un páncreas de quince centímetros 
y una sola boca pequeñita 
capaz de decirnos cosas inadmisibles. 
Absurdos sufrimientos, 
males y punzadas con absoluta indiferencia 
que desertan de nuestra propia condición. 
Con lo natural que sería 
hacernos la vida más fácil… 




Nená de la Torriente