Tan
semejantes somos los unos y los otros
aunque
no nos hagamos la vida benigna
ni
apetecible.
Incomprensible
es este espejo
donde
miramos nuestro contorno, y
nos
llamamos afines o congéneres.
Poco
supondría no hundir el pasillo,
para
que el tropiezo del que camina al lado
fuese
menos sencillo
y
si fuese posible improbable,
o
no inclinar la recta para que dibujase
una
escalera
y sufriera un colapso innecesario.
Ayudar
al otro en su deambular como el tuyo,
segarle
lo abstruso, lo peligroso, lo áspero
o
lo penoso,
pensarle
como tú,
con
tus mismas cruces,
con
el mismo peso de tus lágrimas.
Parece
mentira que tengamos un hígado enorme
entre
un kilo trescientos y un kilo y medio,
un
intestino de siete metros,
un
páncreas de quince centímetros
y
una sola boca pequeñita
capaz
de decirnos cosas inadmisibles.
Absurdos
sufrimientos,
males
y punzadas con absoluta indiferencia
que desertan de nuestra propia condición.
Con
lo natural que sería
hacernos
la vida más fácil…
Nená de la Torriente