atravesando
cosechas,
hundiendo
arena blanca, corales,
fosas
marinas,
aquellas
rocas de tanta fiereza
y
su corazón de fuego.
Le
amparó la noche,
y
el inmenso letargo de los que
no
quieren ver.
Cuando
la mano se alejó
algo
había cambiado,
la
humanidad sintió
que
era vulnerable,
porque
al anochecer alguien
había
entrado en su casa.
Nená de la Torriente