al
lado de algún extremo,
arrimado
a un vértice
como un telón o una pared.
Ser
el que está orillado, y
en
la mesa esquinando las rodillas
en ridículos ángulos.
Ser
el que siempre está lejos,
convidado
siempre
pero
siempre apartado,
como
ese saludo arrojado al viento.
Ser el de la palabra a tono medio,
un
perfil, media sonrisa, una nariz,
aquel
que estaba allí y nos miraba,
el anodino impertérrito.
Ser
ese acompañante gris,
ni
luminoso ni distinguido
pero
eternamente ahí,
cuando se echa cuenta de todo
lo que sí que estaba.
Nená de la Torriente