martes, 27 de mayo de 2014

Ser ese pasajero 
al lado de algún extremo, 
arrimado a un vértice 
como un telón o una pared. 

Ser el que está orillado, y 
en la mesa esquinando las rodillas 
en ridículos ángulos. 

Ser el que siempre está lejos, 
convidado siempre 
pero siempre apartado, 
como ese saludo arrojado al viento. 

Ser el de la palabra a tono medio, 
un perfil,  media sonrisa,  una nariz,  
aquel que estaba allí y nos miraba, 
el anodino impertérrito. 

Ser ese acompañante gris, 
ni luminoso ni distinguido 
pero eternamente ahí, 
cuando se echa cuenta de todo
lo que sí que estaba. 






Nená de la Torriente