jueves, 29 de mayo de 2014



Esta punzada fatal 
no me deja alzarme 
y parecer un árbol crecido, 
ni siquiera me sostengo 
como matojo indefinido 
asilado en el ramaje 
de cualquier espesura. 

¿Mi nombre? 

Unas letras esparcidas 
sobre la nieve hirviendo, 
que volverán a derramarse 
para dejar de zarpar.

En el piso de arriba, 
un perro ladra ronco 
de dolerse tan solo, 
y gime y se lamenta 
como cualquiera de nosotros. 

¿Su nombre? 

Importa tanto como el mío 
que ha volado 
de labio parlero a mudo, 
oyéndose amado y único 
por una boca real. 





Nená de la Torriente